Comentario
Las jornadas revolucionarias de julio de 1830 se habían saldado en París con el acceso al trono de Luis Felipe de Orleans y la reforma de la Carta constitucional, para satisfacer las aspiraciones que habían guiado la acción de los liberales en los últimos días del reinado de Carlos X. Se trató, ha escrito Furet, del paso de una Monarquía aristocrática a otra burguesa, aunque unidas por un común carácter constitucional. François Guizot, que habría de ser figura central en la vida política de este periodo no dudó en hablar de "una revolución, en cierto modo, conservadora". El recelo al desbordamiento de la soberanía popular había impuesto la solución de una Monarquía que salvaguardase las libertades conseguidas sin poner en peligro el orden social.La revolución no había traído, desde luego, ninguna variación institucional subrayando, una vez más, el conocido hecho de que, pese a los muchos vaivenes políticos, el Estado francés cambia muy poco durante la época contemporánea. De hecho, como ha señalado Roger Price, da la impresión de que la persistencia de la amenaza revolucionaria en la vida política francesa del siglo XIX se tradujo también en un constante reforzamiento de las medidas encaminadas a la consecución del orden y la estabilidad. Los triunfadores de 1830 querían aumentar los derechos parlamentarios y ampliar la participación electoral, pero no se olvidaron de la preservación de un gobierno fuerte.El duque de Orleans, nuevo monarca, de cincuenta y siete años, era el heredero de una rama menor de los Borbones, que entroncaba con la principal en la persona de Luis XIII. Su bisabuelo había sido regente después de la muerte de Luis XIV y su padre había participado de los ideales revolucionarios, hasta el punto de cambiar su nombre por el de Felipe Igualdad, y no fueron pocos los contemporáneos que sospecharon que había tenido un importante papel en el desencadenamiento de los sucesos revolucionarios. El hijo había luchado con el ejército convencional en Valmy y Jemmapes, antes de emigrar en la época del Terror. En 1817 se había reintegrado a Francia, mostrando hábitos burgueses en la educación de los hijos y en las relaciones sociales, aunque se mantuvo al margen de la actividad política.La presencia de Luis Felipe en el trono de Francia significaba, en cierto modo, la rehabilitación de la tradición de 1789, ya que era hijo de un convencional que había votado a favor de la ejecución de Luis XVI. Furet ha presentado su persona como un intento de hacer la síntesis de la historia nacional más reciente y, en la misma línea, ha subrayado el hecho del gran protagonismo político que algunos historiadores (F. Guizot, E. Quinet, J. Michelet, A. Thiers, Mignet) tuvieron durante aquel periodo.No es extraño, por tanto, que Lafayette lo presentara a los grupos revolucionarios, desde los balcones del Ayuntamiento de París, con la bandera tricolor. Chateaubriand dijo entonces que un abrazo republicano había hecho a un rey, criticando la ruptura de la legitimidad, que se convertiría en un factor de debilidad congénita de la nueva Monarquía. Luis Felipe, por su parte, prefirió no acentuar estos aspectos de la ruptura. Por una parte, aceptó el título de "rey de los franceses", y no de Francia, que subrayaba el hecho de que su poder derivaba de la aceptación de la soberanía nacional y, por otra parte, adoptó el nombre oficial de Luis Felipe, para no tener que denominarse Luis XIX o Felipe VII, lo que le hubiera dejado permanentemente expuesto a críticas de usurpación.